domingo, 14 de febrero de 2016

Política, ideología y movimientos nacional-populares: Los límites del “populismo” frente a la hegemonía consumista-capitalista

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La ideología del consumo, que es constructora de subjetividades en nuestras sociedades consumistas pero que, a su vez, es la más poderosa ideología política que existe en la actualidad en la esfera pública común, mueve los hilos de la política con mucha más importancia de lo que se pudiera ver “a primera vista”. La ideología consumista nos impone el marco de hegemonía cultural sobre el que los sujetos consumistas que habitan en nuestras sociedades hacen política, con sus propias decisiones políticas, desde las más cotidianas a las que, como el voto, tienen una expresión más institucionalizada.
La sociedad como “realidad” y como “discurso cultural”

Toda sociedad es un conjunto de relaciones sociales y materiales realmente existentes, a una misma vez que es también un sistema cultural capaz de dar sentido, significado y, en su caso, estabilidad, a dichas relaciones sociales y materiales. No existe sociedad alguna que no se sustente sobre una determinada forma de cultura que nos pueda servir, desde una doble perspectiva diacrónica y sincrónica, para entenderla e interpretarla en su normal funcionamiento, así como en su propia evolución histórica.
Las formas de vida, esto es, las relaciones materiales expresadas en forma de relaciones sociales cotidianas, propias de toda sociedad, se manifiestan en última instancia siempre como modos de comunicación públicos asociados a lo que una determinada cultura, a su vez inseparable del mundo social que le sirve de fundamento, expresa de la sociedad a la que representa a modo de ethos. La cultura es siempre una manifestación pública, una expresión de significados y sentidos compartidos, de lo que la sociedad verdaderamente es en el plano material. Todo acto de significación que se pueda dar dentro de esa sociedad cobra entonces su sentido en el hecho mismo de las relaciones sociales y materiales realmente existentes en tal sociedad, a una misma vez que tales relaciones tienen la capacidad de expresarse, a través de los sistemas ideológicos que le son propios, mediante lo que tales actos de significación expresan. Es la voz común de la sociedad expresada como discurso cultural.
Los sujetos que habitan en esa sociedad comparten un mismo marco de interpretación cultural que les hace posible, asimismo, dar sentido a sus propios actos de vida, un sentido socialmente compartido. No existe, como bien afirmase Wittgenstein en sus Investigaciones filosóficas en relación al lenguaje convencional, la posibilidad de un “lenguaje privado” que tenga sentido en sí mismo: la significación es siempre pública –conocida y compartida por la comunidad a la que se dirige y en la que se inserta-. Los seres humanos, pues, en palabras del antropólogo C. Geertz influenciadas directamente por esta misma visión del lenguaje expresada por el filósofo austriaco, viven en una cultura colectiva, pública y simbólica que habitan y heredan, y la cultura es pública porque, precisamente, según el conocido aforismo del citado antropólogo estadounidense, el “significado lo es” (La interpretación de las culturas).
Es entonces esa publicidad la que hace posible la existencia de tales marcos de interpretación, convertidos a su vez en marcos de sentido; en portadores de significado en base a la posibilidad de tal interpretación. Marcos de sentido que, como la realidad material misma, no pueden ser estáticos, sino que están siempre sujetos a cambios y modificaciones sobre la base del propio uso que de ellos hagan tales sujetos en el interior de tal sociedad, permitiendo así la transformación y el cambio social desde la mencionada doble perspectiva, complementaria e inseparable, material y cultural.
Los cambios sociales que se dan de manera cualitativa en cualquier sociedad a lo largo de su propio proceso histórico están, pues, condicionados siempre por una doble realidad que es propia a la existencia de toda sociedad: como conjunto de relaciones materiales realmente existentes y como sistemas culturales-ideológicos establecidos.
La cultura hegemónica como “sentido de lo real” y como “campo de disputa”
Las sociedades, así entendidas, no son simples sumas de sujetos y no se pueden reducir, en ningún caso, a lo individual, son, muy al contrario, entidades históricas, materiales e ideológicas, con existencia propia, y ello implica que, en su interrelación con los sujetos que la componen, tanto desde lo material como desde lo ideológico, se vean sometidas a cambios y evoluciones a lo largo del tiempo. Tales cambios pueden afectar a sus medios de producción y, en general, a su infraestructura económica, pero también, con exactamente la misma importancia y de forma interrelacionada, a sus estructuras dominantes a nivel de cuestiones de sentido y de hegemonía cultural. Porque si la cultura expresa, en última instancia, lo que la sociedad es a nivel material, y es en ese marco de interpretación donde los actos de vida que en ella se dan cobran un sentido, la cultura no es ni puede ser ajena a las diferentes relaciones de dominación, por cuestiones de clase, genero, raza, religión, o del tipo que sea, que en tal sociedad existan realmente como parte de su realidad material asociada. Todo lo contrario: la cultura, y en concreto la ideología hegemónica que sirva como modelo para la configuración histórica de dicha cultura, es fiel reflejo de ese estado de hechos, material y social, en los que existen tales relaciones de dominación, a las cuales tiende a dar cobertura ideológica y, por extensión, fundamentación y estabilidad en su orden establecido. Son los propios sujetos que habitan en esa sociedad, habiendo hecho suyos, mediante su propio proceso de socialización, los fundamentos ideológicos que se esconden tras la cultura que la representa, los que con sus propios actos de vida, con sus propias vivencias existenciales, generan y posibilitan tal hecho.
La representación de lo que la sociedad “verdaderamente es en lo material” -que es, como hemos dicho, lo que representa la cultura en el plano de lo ideológico- no es entonces una representación mental de uso individual, no es un “lenguaje privado” adaptable a cada sujeto según su propia percepción de los significados que deben ser asociados al mismo, sino una objetivación del sentido común que es propio a esa sociedad, esto es, un “sentido de lo real” acorde a lo que sociedad comparte ideológicamente entre el global de sus ciudadanos y ciudadanas, que los sujetos convierten en marcos de sentido para sus propias vidas y que encierra en sí mismo la estabilidad asociada al mantenimiento y perpetuación del orden establecido. Estamos aquí ante uno de los hechos “políticos” más determinantes. El comportamiento político de las mayorías sociales que habitan en esa sociedad estará siempre directamente relacionado con lo que una determinada hegemonía cultural exprese desde un punto de vista ideológico, en su capacidad como elemento instituidor de la sociedad.
En consecuencia, la batalla por el sentido, la disputa ideológica por la hegemonía cultural que hace posible el normal funcionamiento, dentro de un orden establecido, de una determinada sociedad, juega un papel fundamental en la evolución de cualquier sociedad en su discurrir, como proceso resultante de una suma de relaciones humanas en perpetua evolución material e ideológica, sobre la historia. De su evolución, junto a la evolución en sus modos de producción, en su infraestructura económica, dependerá el devenir mismo de la historia en esa sociedad, así como la existencia en ella de un tipo u otro de relaciones sociales, de uno y otro tipo de relaciones de poder, la existencia –o no- de unos y otros tipos de relaciones de opresión. Pero esta batalla por el sentido debe ser una batalla que necesariamente tenga entre sus principales objetivos atacar la raíz de la ideología hegemónica que rija en una determinada sociedad, o de lo contrario aquella siempre acabará volviendo e imponiéndose de nuevo. De poco sirve disputar el sentido de lo político o acceder al control del gobierno en un determinado estado, si la batalla contra la ideología dominante no se da. Incluso de poco sirve construir un fuerte movimiento popular si a una misma vez no hay una batalla contra la ideología hegemónica dominante que es capaz de movilizar a las mayorías sociales en dicha sociedad.
Esto es, mientras los fundamentos de sentido que son propios de una determinada realidad social se mantengan estables y sean mayoritariamente aceptados socialmente, garantizando con ello la prevalencia de un mundo-con-sentido acorde a lo que una determinada hegemonía cultural representa, un sistema socio-cultural determinado, con su código de sentido asociado y sus relaciones sociales inherentes, puede considerarse estabilizado, colonizando con ello el mundo de la vida (Habermas) y siendo capaz a su vez de expulsar fuera de los márgenes que tal sistema delimita para tratar de cerrarse sobre sí mismo, de forma eficiente y sostenida, a los antagonismos contra-hegemónicos que le son propios per se, de tal manera que el consentimiento, la aceptación social de la hegemonía, es un hecho. Esa hegemonía cultural tendrá la capacidad de, a través de ello, solidificarse, consolidarse, y, en su caso, expandirse y/o desarrollarse hacia formas cada vez más perfeccionadas, produciendo exactamente los mismos efectos en el sistema de relaciones sociales al que representa como expresión de “un sentido de lo real”.  Incluso aunque se haya tomado el control político del gobierno del estado.
El Consumismo como gran amenaza de los movimientos nacional-populares progresistas
Esta reflexión puede ayudarnos a entender, a nuestro juicio, algunas de las cosas que están pasando actualmente en América Latina, en especial en países como Argentina o Venezuela, donde las últimas victorias electorales de la derecha parecen anunciar una especie de “vuelta atrás” en las conquistas políticas y sociales llevadas a cabo por los gobiernos nacional-populares y progresistas que han gobernado aquellos países en la última década y media. Y en concreto la influencia que la “ideología consumista” ha podido tener en este aparente retroceso. El consumismo se nos aparece aquí como hilo conductor capaz de restituir a los viejos partidos (o herederos ideológicos) en los mismos espacios institucionales donde movimientos nacional-populares fueron capaces de llegar y hacerse fuertes por unos años. No es la simple restauración de la clase media como grupo social que ve aumentada su capacidad de acumulación y de consumo, su poder adquisitivo, es la ideología del consumo que arrastra a esa clase media y gran parte de las clases populares, lo que, llegado el momento, en la necesidad de verse saciada en la práctica, mediante la creación de ilusiones de consumo masivas o la limitación planificada del mismo, acaba por impulsar a votar de nuevo por aquellos mismos que ya antes arruinaron la capacidad de consumo del pueblo y hasta acabaron con los insumos más valiosos del estado del bienestar.
Entre el Caracazo y las elecciones recientes en Venezuela o Argentina, hay, a nuestra forma de verlo, un hilo conductor, que primero facilitó la llegada de los movimientos nacional-populares al gobierno y ahora, por el mismo motivo, está amenazando los respectivos procesos: aquellas imágenes de la gente sacando televisores en los saqueos y esta de ahora de gente que desea tener acceso, por derecho, a las televisiones de plasma, los teléfonos de última generación y la ropita de marca, expresan unas mismas necesidades, expectativas y deseos que poco o nada han cambiado con el paso del tiempo. Entre medio pasaron muchas cosas (una incorrecta planificación de la inversión de la renta petrolera, la no profundización en el modelo socialista de producción, la corrupción nunca resuelta del todo, la permanencia de un modelo rentista que nunca dejó de beneficiar también a las oligarquías, etc), pero ese hilo, en especial, nunca quebró, y de ese hilo han tirado para ganar apoyos sociales de nuevo. Es más, lo llamativo es que estos gobiernos nacional-populares, en especial Venezuela, Argentina y Brasil, el eje principal sobre el que han sustentado su desarrollo ha sido el consumo interno. Un explosión de consumismo hasta la exasperación y un obvio alejamiento de valores reales de quiebre del sistema consumista-capitalista. No es de extrañar que ahora el ciclo parezca estar tornándose.
Alfredo Serrano y Esteban De Gori lo explican así en un artículo aparecido hoy mismo en internet: “En este cambio de época se avanzó en materia de derechos sociales gracias a todo lo realizado en la esfera pública. Sin embargo, los gobiernos progresistas no pudieron limitar ni desgastar el consumismo y su lógica aspiracional. Paradójicamente, su estrategia de integración fue a través del mismo. Por tanto, se encontraron con el segundo dilema: aceptar la fuerza globalizadora de la cultura del consumo, mientras necesitaban limitar las exigencias venidas de los actores económicos-financieros globales. Este dilema se encuentra en el centro de la escena gubernamental. Es un proceso que no es considerado por los ciudadanos en su vida cotidiana. Solo es un dilema para el Gobierno; la persona consume y se encarga de su vida. Participa en la polis con su “bolsillo” pero no como un homo consumis sino con la resignificación política-social de su nueva condición de consumidor/ciudadano. Más allá, de su inclusión a través del universo de políticas sociales, privilegia opciones políticas que busquen saciar su propia invidualidad y diferenciación. Esta defensa del “derecho individual de consumo” se enfrenta con los imaginarios de las políticas que le permitieron gozar de su condición actual. En momentos de turbulencias económicas, esta subjetividad puede ser expresada por opciones de derecha, cada vez más preocupada por la rebelión de “lo privado” y representada en una discursividad de lo cotidiano que evade e impugna los grandes relatos hiperideologizados. En el territorio de la subjetividad posmoderna ha encontrado su votante”.
Es un tema este de importancia ideológica central. De hecho, ningún movimiento “populista” de izquierdas o progresista podrá jamás competir, por sí mismo, contra la capacidad “populista” que tiene el consumismo. En la batalla por la hegemonía cultural, siempre te derrotará. Porque en sí mismo es un movimiento populista de alcance generalizado.
El Consumismo como gran movimiento populista de nuestros días
Si hay algo capaz de aglutinar deseos, demandas y necesidades diversas en torno a un proyecto común que se expresa como “colectivo”, eso es el consumismo. Si hay un gran significado vacío en nuestros tiempos ese es el “consumo” y si hay una cadena de equivalencias que exprese en sí misma una fuerza constructora de la sociedad de manera masiva y generalizada, esa es la mitología consumista-capitalista en su relación con los deseos, expectativas y sentido de la vida de los individuos que conforman la sociedad. Al capitalismo solo se le podrá derrotar alguna vez desde los valores y el cambio cultural, desde el “ser humano nuevo” que conforme una nueva “colectividad” que no se exprese en el mismo “juego del lenguaje” en el que se expresa, en última instancia, la ideología del capital.
Las limitaciones de los movimientos populistas son muchas. Esta es la principal de ellas. El populismo no es nunca reflejo de una lucha por un cambio de sistema o anti-capitalista, sino una mera lucha por el sentido de lo político en la esfera de la batalla por el control de las instituciones en el ámbito de estados capitalistas. Y eso, claro, puede ser eficiente en determinados momentos, pero en el ciclo largo nunca podrá serlo. Siempre volverá sobre sus pasos a poco que la gente cambie el modo de pensar sobre la forma de realizar y satisfacer sus necesidades, deseos y expectativas individuales movidas por la ideología consumista.
Entre otras cosas, cuando, para explicar lo que está ocurriendo en América Latina actualmente, se dice que la gente se cansa de la movilización, la sobrepolitización y la épica de la militancia, y busca de alguna forma una vuelta a la “normalidad” (lo cual es cierto y determinante), no hay que olvidar jamás que esa “normalidad”, entendida desde la perspectiva de la clase media y la ideología consumista que la caracteriza, es una normalidad total y absolutamente politizada e ideologizada. No se acaba con la sobrepolitización, sino que se vuelve sobre ella. Pero presentada con apariencia de “neutralidad”, “naturalizada”, “despolitizada”, como momento “despolitizador”, pero que en el fondo no es otra cosa que la demostración palpable de cuán poderosa es la hegemonía cultural de la ideología consumista y del capitalismo consumista como sistema de referencia. El mismo consumismo que te puede llevar al poder, te puede sacar de él, y exactamente por las mismas razones: frustración en las expectativas y los deseos de los individuos consumistas, que varían su mirada hacia otra forma de satisfacerlas.
En el fondo, una reflexión preocupante: nunca fuimos ganando, porque siempre jugamos en su tablero y con sus reglas culturales. Construir y organizar pueblo y movimiento popular no sirve de demasiado, a la larga, si los valores culturales hegemónicos que mueven la sociedad siguen siendo los que necesitan, promueve y siente como su propia ideología de masas el capital. Su capacidad para “construir pueblo”, desde las propias subjetividades de los individuos que conforman ese “pueblo”, siempre será mayor que el que la izquierda, los movimientos nacional-populares progresistas o como se le quiera llamar, pueda tener incluso estando en el gobierno de un estado. Su maquinaria ataca directamente a lo emocional, al sentido de la vida. Y sirve para construir subjetividades en sintonía con las necesidades ideológicas del capital.
Ellos, pues, los que se benefician del sistema consumista-capitalista, construyen “pueblo” cada día desde sus diversas mitologías consumistas-capitalistas y los poderosos espacios que tienen para hacerlas llegar a la sociedad (publicidad, series, cine, dibujos animados, revistas para adolescentes, las propias mercancías cargada de simbología”, etc, etc.). Por eso Cuba es diferente, porque allí los valores sí son diferentes y además las mitologías consumistas no encuentran apenas espacios de difusión masiva… y ojalá lo siga siendo mucho tiempo.

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