martes, 17 de noviembre de 2015

Anticomunismo y rusofobia (Continua)

RUSOFOBIA Y ANTICOMUNISMO 
Por una cosa o por otra, Rusia está en el candelero, y parece ser que decir “Rusia” es decir varias cosas a la vez.
Recuerdo que no hace mucho, un colega brasileño me decía que él no debía ser un buen brasileño, pues cuando decía su nacionalidad, automáticamente le saltaban con carnaval y samba, cosas de las que no gustaba. Y bueno, es universal que todo país cargue con determinados tópicos, hasta ahí de acuerdo. Pero en Rusia hay “algo más”, y puede tener su explicación: La caída del muro de Berlín, presagiando la última década de un siglo XX que se fue muy rápidamente, supuso una especie de aura optimista en muchos rincones del Occidente. Con razón, muchos pueblos del Este pensaban que por fin se liberaban de tan oprobiosa tiranía. Sin embargo, desde Washington se pensaba de otra manera: Por fin el terreno estaba allanado para dominar el mundo occidental a placer, y de ahí desembarcar a lo largo y ancho del Pacífico como quien se va de vacaciones. Pero resulta que la historia no fue así, y Rusia, iniciando una última década de siglo desastrosa, comienza a revolverse cuando ni propios ni extraños se lo esperan; y cuando Estados Unidos intentó meter sus zarpas en el Cáucaso a través del golpista Saakashvili, Rusia demostró que estaba viva y coleando, y en cuestión de una semana finiquitó el que podría haber sido un grave problema geopolítico, a la par que advirtió que no iba a haber más Kosovos. Y desde entonces, Rusia volvió a la política internacional por la puerta grande, y en Occidente, “Putin” era y es (y probablemente será) el hombre y el nombre [1].

Teniendo este cuadro por banda, nos situamos ante los dos planos que salen a la palestra cuando nos referimos a Rusia: Anticomunismo y rusofobia. Y aunque pueda parecer paradójico, están bastante relacionados: El anticomunismo [2], lejos de haberse enterado que el muro de Berlín ya cayó, sigue anclado en una trampa ideológica que le vino (y le viene) muy bien al imperialismo anglosajón, y en verdad no es nada paradójico, puesto que el anticomunismo no tiene más ideología que una suerte de miedo paranoide a que hoces y martillos salgan de todos lados para fastidiarles la tranquila vida. La pregunta del millón sería qué alternativa real ofrecen ellos a esa supuesto sempiterno y redivivo comunismo que va a acabar con todos, porque no parecen salir de una histérica dialéctica que, en forma de altisonantes diatribas, emplean a distancia contra todo aquello que les pueda oler a “izquierda”, demostrando así una actitud eminentemente burguesa, la clásica actitud del meter miedo y esperar a que alguien/otro haga algo, y resulta que ese “alguien” suele ser el liberalismo, el máximo y hegemónico beneficiario de nuestro tiempo.
Otrosí, el anticomunismo se relaciona mucho con la rusofobia, porque para todo anticomunista que se precie, Rusia es la carne y la sangre del comunismo. Ser ruso equivale a ser un rabioso comunista. Y como Putin estuvo en la KGB, Putin es comunista y Rusia está restaurando la Unión Soviética, y colorín colorado, este cuento se ha acabado. Y es que si adquiriéramos la lógica de los anticomunistas, colegiríamos que España es un país franquista y que Alemania está lista para el IV Reich. O quién sabe, tal vez De Gaulle se va a levantar de su tumba y va a volver a ¿salvarnos de la izquierda? dejando a los pieds-noirs a su suerte. Nada, nada, Putin ya está calado. No importa que en Rusia se haya prohibido la propaganda de la pornografía, la homosexualidad y el aborto; no importa que en Rusia, por cada ruso nacido, el gobierno dé 9.300 euros; no importa que el gobierno de Moscú haya establecido un impuesto único del 13%; no importa que en Rusia estén prohibidas las manifestaciones homosexualistas promovidas y financiadas por Hollywood y la Unión Europea… Es más: No importa que en Rusia, si quieres educar a tus hijos de una forma tradicional, el Estado no sólo no es que no te ponga trabas, sino que te da todas las facilidades del mundo. Existen multitud de comunidades y colegios que ya quisieran muchos que se hacen llamar tradicionalistas para sus vástagos [3]. Y es que en parte el patriotismo, así como otros muchos valores, es algo real, tangible; se respira en muchos ambientes, y va calando desde la infancia. Un anticomunista prototípico dirá que eso lo hace Putin para despistar, y acto seguido, será capaz de alabar a magníficos teóricos (especialmente ingleses…) que jamás pondrán en práctica.
A esta especie de identificación genética de Rusia con el comunismo, le podemos oponer las palabras de Alexander Solzhenitsyn: “Tienes que entender. Los dirigentes bolcheviques que tomaron Rusia no eran rusos. Ellos odiaban a los rusos. Ellos odiaban a los cristianos. Impulsado por el odio étnico torturaron y mataron a millones de rusos, sin una pizca de remordimiento humano… Con sus manos manchadas de sangre, muchos de mis compatriotas sufrieron más horrendos crímenes que cualquier pueblo o nación alguna vez haya sufrido en la totalidad de la historia humana. No estoy exagerando. El bolchevismo ha llevado a cabo la mayor masacre humana de todos los tiempos. El hecho de que la mayor parte del mundo sea ignorante e indiferente sobre este enorme crimen es prueba de que la media mundial está en manos de sus autores.” En sus ensayos más modernos sobre Rusia, hablaba cómo muchos exiliados ucranianos, irresponsablemente y en contra de la constitución histórica y etnocultural de su país, inyectaban la rusofobia en Estados Unidos, y la propaganda oficial angloamericana no cargaba contra el comunismo, sino contra los “rusos”, omitiendo que Stalin era georgiano y Jruschev ucraniano, y eso por no hablar de la responsabilidad de muchos líderes judíos o bálticos. Fue una tiranía internacional que se sirvió de Rusia, y que de hecho provocó el sufrimiento y la división del pueblo ruso, que aún padece una diáspora que alcanza a millones de personas desde la Europa Central al Extremo Oriente. Con todo, cuando hubo quien le reprochó a Solzhenitsyn el haber recogido un premio que le entregó Putin, quien había pertenecido a la KGB, él espetó que acaso Bush no había pertenecido a la CIA. Y se lo podíamos seguir preguntando a todos aquellos que siguen con el miedo de una KGB rediviva: ¿Es que acaso la CIA es mucho mejor?
Algunos incluso alertan con el paneslavismo… Y es que de verdad, que nos alerten con esto tras tres siglos de hegemonía angloprotestante barnizada de sionismo, ya provoca risa.
De todas formas, no entendemos por qué Putin habría de ser “fascista”, “tradicionalista”, “progresista”, “comunista”, o de cualquier tendencia de quien pretende comparar a su imagen y semejanza un mundo eslavo oriental que tiene unas características muy propias, Y muy surrealistas, que todo hay que decirlo. Hay quien lo critica por ensalzar el pasado histórico de Rusia, por introducir el Archipiélago Gulag de Solzhenitsyn en las escuelas, por habilitar la figura del zar Nicolás II; y también hay quien lo critica por ensalzar la “Gran Guerra Patriótica” con banderas rojas. Sobre lo último, yo desde luego tengo una opinión muy parecida a la de Solzhenitsyn, que no en vano es acaso el intelectual que más admiro de los que he “conocido”, y creo que “patriotismo” y “sovietismo” son términos que se repelen, y que en efecto, la tiranía roja era tan extraña para el pueblo ruso como la llegada de los nacionalsocialistas alemanes. Sin embargo, ¿qué tendría que hacer Putin para gobernar el país más grande del mundo? ¿Llamar a los sabios occidentales de las más diversas tendencias que coronan terapias de autoayuda presididas por cafés, copas y puros? Por supuesto que en Rusia habrá cosas que gusten y cosas que disgusten, eso es lógico; empezando porque Rusia no deja de ser un país inmerso en el sistema capitalista y donde todavía no se ha prohibido por ley el abominable crimen del aborto. Con todo, también es lógico que Putin, si quiere revitalizar a su país como potencia, hostilizado constantemente por Yanquilandia y su colonia la Unión Europea, aúne voluntades de grupos dispares, pero que por lo menos están dispuestos a entregar su vida por su patria. Por eso necesita una sociedad fuerte y por eso en Rusia se promocionan valores de verdad sin miedo a lo políticamente correcto, con todos los terribles problemas y contradicciones que haya; que no son menores que en los países occidentales. Y es que como dice el politólogo Alexander Duguin [4], al fin y al cabo Putin no tiene ideología porque en el espacio post-soviético esto se vino abajo. Con todo, por encima de sus convicciones, Putin es lo suficientemente listo para saber que si quiere levantar un país que es el puente entre Europa y Asia, no ha de hacer lo mismo que un Occidente que reniega de sus tradiciones y esencias, financiando desfiles del orgullo gay, extinguiendo las familias y abriéndose de par en par ante propios y extraños, y los extraños cada vez son más… Y Rusia para nosotros no es un extraño, y esto es una realidad histórica, cultural y hasta espiritual, por más que anticomunistas y rusófobos varios sigan empeñados en agitar el miedo y la paranoia. Y no olvidemos que todavía hay muchos ídolos de estos (franceses e ingleses principalmente) rusófobos de tres al cuarto, que dicen que Europa acaba en los Pirineos…
Para terminar, un desafío: A ver cuánto tardan los de siempre en decir que somos agentes de Putin o algo por el estilo. ¡Se admiten apuestas!
* Antonio Moreno Ruiz es historiador y escritor.
NOTAS:
[2] Espero que al utilizar el término “anticomunista” no se confunda la postura de un servidor, que está en contra del marxismo y a mucha honra. Con todo, muchos han aprovechado el teórico estar contra el marxismo para otros fines. No es casualidad que el marxismo cultural de Gramsci y la Escuela de Frankfurt, cristalizado en Mayo del 68, haya calado más en Occidente que en Oriente. Al final, el anticomunismo no hace sino desanimar y agalvanar, ayudando a destruir; puesto que más allá de llevar la contra, se muestra incapaz de crear y luchar. Es por ello que para entendernos uso el término “anticomunismo”.
No obstante, viendo lo que fue y lo que está siendo el “anticomunismo”, y viendo a los progres de nuestro tiempo, al final va a acabar uno hasta nostálgico del bolchevismo.
[4] Aclaro que en absoluto soy “duguinista”, ni “evoliano”, ni nada que se le parezca. Algo he escrito al respecto: Apuntes hispánicos para Alexander Duguin
Fuente: Raigambre.

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