lunes, 28 de septiembre de 2015

Entre el 27 de setiembre y el 1 de octubre

Hace 40 años, el 27 de setiembre de 1975, el fascismo llevó a cabo los fusilamientos de cinco militantes de ETA y el FRAP: Humberto Baena, Sánchez Bravo, Otaegi, Txiki y Ramón García Sanz. Fue la culminación de un verano de terror, de represión abierta que supuso una verdadera prueba de fuerza entre el régimen y las masas populares, especialmente, la clase obrera.


La calle estaba en plena ebullición. En junio la clase obrera había asestado el primer golpe serio a la política “democratizadora” del franquismo con el boicot a las elecciones del sindicato oficial. El régimen se sentía completamente acorralado y abocado a un colapso total, de ahí que intentara tomar la iniciativa antes de verse desbordado; y a tal fin lanza la cruzada terrorista del verano para intimidar a las masas y sacar a delante sus planes “democratizadores” a costa de la sangre y la muerte de los antifascistas.

Durante los meses de julio y agosto se produjeron detenciones masivas en las principales ciudades del país. La policía salió a la calle haciendo grandes alardes de fuerza, se produjeron tiroteos en Madrid y Barcelona donde fueron detenidos varios militantes de ETA y, en Ferrol, Moncho Reboiras cayó asesinado por los disparos la policía.

Complementando esta ofensiva terrorista del Gobierno, la prensa y la radio, puestas enteramente a su servicio, desataron una frenética campaña propagandística, del más puro estilo nazi, jaleando esta oleada de detenciones y de terror, al objeto de sembrar el pánico entre las masas trabajadoras para paralizarlas.
Pero también el régimen sufre las consecuencias de estos actos represivos siendo tiroteados varios policías y guardias civiles por los grupos armados revolucionarios y patriotas. Sin embargo, el gobierno no abandona por eso su política de terror.

El 22 de agosto de aquel año en el Consejo de Ministros celebrado en La Coruña presidido por Franco, el gobierno promulga un decreto antiterrorista que supone un estado de excepción en toda España y la sentencia de muerte de numerosos antifascistas. Así el régimen espera asegurar su continuidad por medio del terror sistemático, ejercido contra las masas y lanza a todas sus fuerzas represivas a la calle.

Aunque los medios de comunicación y los oportunistas a su servicio se afanan en decir que el 27 de setiembre de 1975 se produjeron los “últimos” fusilamientos del franquismo, en realidad, luego han seguido fusilando a los antifascistas de diversas maneras, una legales y otras ilegales. Entre 1975 y 1985 murieron unos 600 antifascistas de diversas organizaciones por disparos de la policía y otras acciones represivas.

En parte los franquistas lograron intimidar a los revisionistas y demás grupos oportunistas de izquierda. Hasta aquel verano habían convocado huelgas cada dos por tres para la reconciliación con los explotadores y criminales, pero entonces desaparecieron de la escena asustados.

Con la concentración fascista del 1 de octubre en la Plaza de Oriente, en Madrid, el régimen quería salir al paso de la oleada de protestas populares que a raíz de los fusilamientos, sacudió a toda Europa en solidaridad con la lucha antifascista y proseguir luego tranquilamente con su política. Pero ese mismo día, en las mismas calles de Madrid en las que querían celebrar los asesinatos, los GRAPO abatieron a tiros a cuatro policías.

El régimen quería golpear y resultó golpeado. Cuando le dieron la noticia de la acción, Franco no pudo terminar su discurso –que sería el último- y rompió a llorar en balcón del Palacio Real. Fue uno de los golpes más duro de su sanguinaria historia, declarándose desde ese momento en completa bancarrota, pues uno de sus principales objetivos, mantenerse mediante la política de terror, quedó claro que no se iba a conseguir y que, en lugar de aplastar al movimiento de resistencia con dicha política, éste se incrementaba y tomaba más fuerza.

Donde hay opresión siempre hay resistencia. Aquel verano de 1975 los GRAPO realizaron su primera acción armada, directamente dirigida contra la represión policial. Fue una de las acciones de mayor envergadura desde la desaparición de la guerrilla antifascista. Los GRAPO no reivindicaron entonces aquellas primeras actuaciones. No difunden su primer comunicado hasta el 18 de julio de 1976, casi un año más tarde, tras la explosión en todo el país de unas cuarenta bombas contra monumentos e instituciones fascistas.

La campaña desatada por el fascismo no fue una prueba de su fortaleza, sino un claro síntoma de su extrema debilidad. Bastaba con enfrentarla resueltamente para que se viniera abajo. Había, pues, que enfrentarla y fue enfrentada de la forma más valerosa. Nada más comenzar esta campaña terrorista del Gobierno, el 21 de agosto habían caído acribillados a balazos dos guardias civiles en las cercanías del Canódromo madrileño, en el barrio de Carabanchel. Ninguna organización reivindicó entonces este hecho.

La ofensiva terrorista del régimen alcanza su techo con los fusilamientos del 27 de septiembre, y es entonces, después de la tempestad desatada en toda Europa y en el momento mismo en que las huestes fascistas celebran la matanza del 27 de septiembre ante su Caudillo, cuando cuatro comandos actúan simultáneamente en distintos puntos de Madrid y abaten a tiros a otros tantos policías.

La sorpresa en las esferas oficiales ante esta cadena de acciones armadas es total, y no pueden disimular el pánico que les infunde. Evidentemente, el gobierno había fracasado en su intento de frenar mediante el terror y los fusilamientos la oleada de lucha popular que empieza a desbordarlo. Se vinieron abajo los últimos intentos de la oligarquía española destinados a mantener intacto para después de la muerte de Franco el régimen creado por él. Este régimen no sólo no era ya capaz de contener con los viejos métodos fascistas las grandes oleadas de la lucha obrera y popular, sino que, además, se mostraba muy vulnerable. Acosado por todas partes, corroído por sus propias contradicciones internas, con la perspectiva de una mayor agravación de la crisis económica y con un fuerte movimiento huelguístico de tipo revolucionario respaldado por todo tipo de acciones armadas, la política “aperturista” preconizada por Arias Navarro se vino abajo como un castillo de naipes.

El régimen se vio obligado a parar en seco su política represiva. Se anulan los procesos militares pendientes y se aceleran las negociaciones con la oposición domesticada para perfilar un nuevo marco político, con el objeto de romper su aislamiento y, sobre todo, hacer frente al movimiento antifascista.

La muerte de Franco el 20 de noviembre de 1975 y la entronización inmediata de la monarquía borbónica arrastró consigo al gobierno Arias y su política aperturista, meses antes incluso de su dimisión formal en julio de 1976. Se derrumban los proyectos continuistas del franquismo, por lo que la oligarquía se ve obligada a retroceder, y ello en medio de la más aguda crisis de su régimen, de agravación de todas sus contradicciones internas y de una gran ofensiva de la lucha de masas acompañadas de acciones armadas guerrilleras.

Antes de desmoronarse definitivamente, el policía Arias formó un nuevo gobierno en el que incluía a personajes tan destacados en la represión y la demagogia del período anterior como Fraga, Areilza y Adolfo Suárez. Este nuevo gobierno hará algunas promesas de cambio y abundante demagogia. Trataron de continuar aplicando una nueva política. En el verano de 1975 los fascistas entendieron que no se podían mantener en el poder sólo con la represión y los fusilamientos; necesitaban algo más: la complicidad de los revisionistas, de los reformistas y los oportunistas de todos los pelajes.
Franco llorando el 1 de octubre de 1975

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