jueves, 30 de octubre de 2014

Izquierda Unida: ganar y follar

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“Sin lugar a dudas, uno de los mayores aciertos de ese discurso de Podemos ha sido desmontar el tradicional eje izquierda-derecha. Un eje que, por sí solo, cada vez tiene menos significado para el grueso de la población y que, al fin y al cabo, no es más que una representación de algo mucho más importante: la existencia de clases sociales con intereses antagónicos”.
“Como recordaba Manolo Monereo este mes en El Viejo Topo: la gente no vota programas, sino discursos.”
Mario Escribano Torres, Rebelión
Mientras la razón no sea mitológica ningún interés tendrá para el pueblo. Mientras la mitología no sea racional, el filósofo tendrá que avergonzarse de ella. Necesitamos una ‘mitología de la razón’ o una ‘razón mitológica’ (…) Ese diagnóstico del problema responde a una realidad: el pueblo no se moviliza con razonamientos, sino con mitos.”
Carlos Fernández Liria
La encrucijada en la que se encuentra actualmente Izquierda Unida no deja de recordarme a una conversación entre dos amigos que escuché no hace mucho en un tren. Uno de ellos le comentaba al otro que tenía muchas ganas de follar, entre otras cosas, porque llevaba mucho tiempo sin hacerlo. Su amigo le replicó que, si tantas ganas tenía, lo intentara en cuanto pudiera. La respuesta fue que él ya sabía que era lo suficientemente atractivo como para follar cuando quisiera, pero que le fallaba algo.
Una situación más o menos parecida a la de la Izquierda Unida actual.
Izquierda Unida tiene muchas ganas de follar o, al menos, debería. Y no es para menos: cerca de 30 años luchando a contracorriente en los que no han faltado momentos muy duros –tanto interna como externamente- que casi acaban con la organización. Por no hablar de su germen, el Partido Comunista de España, con muchas más luchas en la espalda y habiendo sido la principal fuerza de oposición al franquismo durante cuarenta largos años. Parece que Izquierda Unida llegó hace unos meses a sus máximos históricos en intención de voto, algo que, si bien fue motivo de satisfacción, no dejó de ser insuficiente. Que una fuerza transformadora no pueda vislumbrar mucho más allá de un 10 o un 15 por ciento de los votos debería de ser un motivo de preocupación.
Si algo quedó demostrado con los resultados electorales del pasado 25 de mayo, es que Izquierda Unida no puede follar por sí sola. Le pasa lo mismo que a este apurado chaval: tiene las ganas –incluso, me atrevería decir, que medios suficientes para ser atractiva-, pero le falta algo.
Por un lado, está la falta de autoestima, de confianza en sí misma. No solo basta con que IU tenga ganas de follar, también se tiene que convencer de que puede. Esto, a su vez, tiene un efecto rebote en el electorado, que lo percibe como una opción que no se corresponde con migajas, sino que va a por todo el pastel. Y no ayuda decir la misma noche electoral que se está “triplemente satisfecho” –en referencia al aumento de diputados (de 2 a 6) y votos (del 3,7% al 10%)- cuando, además, se ha mostrado la evidencia de que no has sido capaz de canalizar una parte considerable del descontento social.
En contraste, desde Podemos se decía que, si bien los resultados habían sido “razonablemente buenos (…) por ahora no hemos cumplido nuestros objetivos en las urnas. Mañana seguirá gobernando la casta y seguirá habiendo desahucios “. En esta coyuntura, la actitud ya no puede ser sumar, ni siquiera multiplicar, ya solo vale ganar, ganar y ganar. Al fin y al cabo, la gente vota para eso.
La comodidad en la marginalidad política y la resignación no tienen cabida en esta nueva coyuntura. Es más, es urgente salir de esta situación cuanto antes: los que están siendo desahuciados o expulsados del país no pueden esperar mucho más. Bajo esta revolución neoliberal, cada día que pasa supone una mayor destrucción de conquistas sociales y, lo que es más importante, supone un duro y difícil proceso de reversión de todo lo arrebatado.
Pero el mayor problema de Izquierda Unida y este apurado chaval es otro: saber presentarse como atractivo. Considero que el programa y proyecto de IU es lo suficientemente razonable y pragmático como para ser atractivo para la mayoría social. Sus dirigentes y militantes supongo que pensarán de forma similar. No basta con tener el programa y el proyecto, también hay que saber presentarlo. A la hora de ganar, la política –y también follar- no tienen nada que ver con ser los más listos, los más guapos, los más puros o los más sensatos, aunque pueda ayudar.
Más bien, la política tiene que ver, al menos en términos electorales, con saber presentar las propuestas a la gente normal y corriente. Esto se tiene que hacer en torno a un discurso capaz de aglutinar a un espectro tan amplio del electorado que permita construir una mayoría política capaz de poner en jaque al régimen del 78. Para decirlo claramente, la política no es (solo) tener razón, (también) es tener éxito.
El mito de la nueva política
Como subrayaba la cita con la que abría este artículo, el pueblo no se moviliza con razonamientos, sino con mitos. Podemos ha sabido construir el mito de lo que se ha llamado la “nueva política”, algo que nadie sabe explicar exactamente qué es, pero que está recabando numerosos apoyos.
Mucha gente de IU se pregunta cómo es posible que un partido político con apenas unos meses de historia y un programa similar al de la federación de Cayo Lara –y con mucho menos presupuesto-, pudo lograr casi los mismos resultados y está arrasando en todas las encuestas. Además, Podemos acaba de decidir su estructura organizativa, y tardará en ponerla en marcha. Se podría hasta decir que, al mismo tiempo, Podemos es todo y Podemos no es nada.
Pero, pese a ello, hoy Podemos es un partido que arrastra cada vez más apoyos, con encuestas que ya lo sitúan como segunda fuerza política, y en una constante escalada que, de continuar, lo podría llevar casi a primera fuerza por sí solo.
¿Cómo pude haber sucedido esto? No me gusta la explicación que lo reduce todo a la presencia mediática de Pablo Iglesias, y mucho menos las teorías de la conspiración que surgen entorno a esto. Creo que el razonamiento es otro: Podemos ha sabido articular un discurso que construye un mito, en el que entran la “casta”, el “nuevo eje arriba-abajo”, la denuncia de la corrupción como lubricante del sistema y, por supuesto el “o ellos o nosotros”.
Una nueva narrativa de la realidad social, con un nuevo lenguaje que ayuda a explicar lo que está pasando sin recurrir a la terminología clásica que siempre utilizó la izquierda o el marxismo, pero con unos resultados muy similares. De esta forma, con esta narrativa se está construyendo también una nueva cultura, bajo el manto de la “nueva política”, que busca agregar a personas que confíen en un nuevo proyecto de país.
Alguien podría decir que Podemos utiliza una serie de herramientas de comunicación y marketing propias del capitalismo, lo que supone una victoria de la revolución neoliberal. Aunque estas técnicas fueran eso –ni lo afirmo, ni lo niego-, no veo problema alguno en utilizarlas. Dentro de los marcos establecidos, no hay muchos márgenes para poder llegar a la gente sin utilizar estas tácticas. Por supuesto, esto evidencia el reconocimiento de una gran derrota de los de abajo, pero igual deberíamos empezar por asumirla todos: perdimos una guerra, tuvimos que tragar con la Transición tras cuarenta años de dictadura, el auge del neoliberalismo nos pilló a pie cambiado… Sería mejor decir que vamos perdiendo y que, ahora, toca remontar.
Romper el eje izquierda-derecha
Sin lugar a dudas, uno de los mayores aciertos de ese discurso de Podemos ha sido desmontar el tradicional eje izquierda-derecha. Un eje que, por sí solo, cada vez tiene menos significado para el grueso de la población y que, al fin y al cabo, no es más que una representación de algo mucho más importante: la existencia de clases sociales con intereses antagónicos.
Esta interpretación del espectro político tiene su origen en la Revolución francesa. Durante la Asamblea Nacional Constituyente, días después de la toma de la Bastilla, los girondinos, defensores de las capas más altas de la sociedad, se situaban a la derecha mientras que los jacobinos, que representaban a las clases populares de la época (por ejemplo, con la defensa del sufragio universal), se sentaron a la izquierda. Por supuesto, esto solo fue el inicio, y tanto la derecha como la izquierda se comenzaron a configurar como ideologías o, mejor dicho, como paquetes ideológicos –más o menos uniformados- en los que tienen cabida numerosas sensibilidades (pero que también varían según el país o el continente). Así pues, la izquierda en Europa recoge la igualdad social o el feminismo, mientras que la derecha lo hace con el cristianismo o la desregulación del mercado de trabajo. No es tanto así en, por ejemplo, América Latina, donde presidentes de izquierdas se definen abiertamente como cristianos –con causalidades que lo explican- o tienen actitudes machistas u homófobas.
Pese a esto, no podemos perder la perspectiva de que el eje izquierda-derecha no es más que una representación simbólica de lo que siempre ha sido el eje fundamental: la lucha de los de abajo contra los de arriba. Con esto no se está descubriendo la pólvora ni diciendo nada novedoso, simplemente basta con remitirse a los primeros párrafos del Manifiesto comunista de 1848:
Toda la historia de la sociedad humana, hasta nuestros días, es una historia de lucha de clases. Hasta nuestros días, la historia de la humanidad, ha sido una historia de luchas de clases. Libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores feudales y siervos de la gleba, maestros y oficiales; en una palabra, opresores y oprimidos, siempre frente a frente, enfrentados en una lucha ininterrumpida, unas veces encubierta, y otras franca y directa, en una lucha que conduce siempre, a la transformación revolucionaria de la sociedad o al exterminio de ambas clases beligerantes.”
Ahí es donde ha estado el acierto de Podemos: en saber construir un discurso del ellos contra nosotros –la “casta”, que no son solo los políticos, como se confunde de forma malintencionada, contra la “gente”-. Ya en el 15M se hablaba de no ser de izquierdas ni de derechas, sino de que se trataba de que los de abajo iban a por los de arriba (y viceversa, todo sea dicho). A pesar de ello, no faltaban personas autodenominadas marxistas o comunistas que criticaban duramente estas posturas, tachándolas de “desclasadas” y similares, cuando eran justamente todo lo contrario: la evidencia del conflicto capital-trabajo, expresado, además, de una forma muy gráfica. Llegados a cierto punto, sería bastante disparatado ver a algunas de estas personas criticando a Marx, Engels o Lenin por no hablar de izquierda y derecha.
¿Por qué hay que seguir aceptando ese eje? ¿No sería mejor abordar la coyuntura actual desde una perspectiva arriba-abajo, mucho más representativa de lo que está pasando? Además, no es que este “nuevo” eje facilite la representación simbólica, sino que puede servir, de verdad, para conformar una verdadera mayoría política. Sin ir más lejos, en el barómetro de julio del CIS, la pregunta 19 decía lo siguiente: “Cuando se habla de política normalmente se utilizan las expresiones derecha e izquierda. En esta tarjeta hay una serie de casillas que van de izquierda a derecha [donde 1 es extrema izquierda y 10 extrema derecha], ¿en qué casilla se colocaría usted”. Solo en “no sabe” y “no contesta”, había un 17.8% de los encuestados. En el centro (entre las casillas 4 y 6), un 44,3%. Es decir, entre indefinidos ideológicamente y gente que no se considera marcadamente de izquierdas o de derechas, hay un 62,1% de los encuestados (y, se supone, de la población). En cambio, en la izquierda hay un 25,2%, casi el doble que en la derecha (12,9%).
Pese a estos últimos datos, en el mismo estudio seguimos viendo como el bipartidismo sigue estando a la cabeza, aunque cada vez lo esté menos. El director de campaña de Podemos, Íñigo Errejón, daba en una de las claves de este tema:
Muchos de nosotros venimos de esa tradición [de izquierdas], pero Podemos como formación política está recabando apoyos de personas que vienen de tradiciones muy diferentes o que no se identifican con las etiquetas viejas.
¿Eso significa renunciar a las ideas o a las convicciones? En absoluto. Significa que hay nuevas formas de identificación que agregan a mucha más gente.(…) Por poner un ejemplo, en Caja Madrid las etiquetas izquierda-derecha no ayudan demasiado, no explican lo que pasa. Explica más la frontera entre una mayoría ciudadana que ha sido saqueada y una pequeña minoría que tiene carnets de distintos colores, pero la tarjeta la tiene del mismo.”
Del mismo modo, Hugo Martínez Abarca señalaba hace unos meses, con mucha lucidez, que se había trasladado “la política a la lógica futbolística”:
Yo soy del Madrid porque soy del Madrid, de toda la vida, porque mi padre es del Madrid; mi padre se hizo del Madrid creo que porque un hermano mayor era del Madrid; así que quería que Figo fallase cuando estaba en el Barça y que marcase goles cuando estaba en el Madrid. Así es mucha gente de izquierdas o de derechas. Trabajadores que   son de derechas   porque les gusta España o son cristianos o su familia era de derechas de toda la vida; que se indigna cuando se rescata a la banca o se hallan cuentas en Suiza del PP o les recortan servicios públicos pero no se pasarán a   la izquierda como yo no me hago del Barça pese a lo que pienso de Florentino Pérez.”
La retórica izquierda-derecha, continuaba diciendo Martínez Abarca, ya no representa la dialéctica oprimidos-opresores. Basta con ver las políticas del PSOE, que sigue alzando la bandera de la “unidad de la izquierda” para “parar a la derecha”, mientras reforma la Constitución para vender nuestra soberanía o defiende el Tratado de Libre Comercio entre la Unión Europea y Estados Unidos. La bandera de la izquierda ha sido tan mancillada por las políticas antisociales del PSOE que ha abierto una enorme brecha entre significado y significante. Aceptarla solo supone que a IU se la sitúe junto al PSOE, cuando debería estar situado frente a él –exceptuando algunas ocasiones en las que un pacto pueda permitir mejorar de forma notable las condiciones de vida de la gente, cosa que no siempre pasa-.
Para conseguir follar, no estaría mal que Izquierda Unida tomara nota de algunas de estas consideraciones. Por supuesto, el problema de IU no es solo el discurso o la comunicación, también ha habido sombras y algunas malas prácticas. Los aciertos de Podemos tampoco se pueden medir únicamente en estos términos, ya que el imaginario colectivo ha cambiado radicalmente: la propuesta de Pablo Iglesias no habría tenido el mismo éxito hace diez años. Pero todo ello merece un artículo aparte.
Incluso en este ámbito, seguramente se me hayan pasado muchas cosas, debería haber matizado otras, pero creo que lo principal sería sumarse a esa nueva narrativa que ayudar a vislumbrar una alternativa. Y, dentro de ella, considero que la quiebra del eje izquierda-derecha es fundamental. Este eje ha puesto a IU en situaciones muy comprometidas, en las que se le critica por una cosa (pactar con el PSOE en Andalucía) y su contrario (no pactar con el PSOE en Extremadura). Un discurso de los de abajo contra los de arriba quizá fuera más efectivo que el “programa, programa, programa” –al que, por cierto, el PSOE ahora se suma, hay que joderse, cuando le preguntan si apoyaría para gobernar a Podemos o al PP-.
Como recordaba Manolo Monereo este mes en El Viejo Topo: la gente no vota programas, sino discursos.

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